Si cierro los ojos y recuerdo un día en el bar con mi padre mientras hablábamos de lo divino y humano, siempre le recuerdo con un cubata en la mano de ginebra. Era nuestro momento. Lejos de casa. Guardaba una gran relación con mi padre, porque desde que era pequeño siempre le consideré como la mejor persona para poder asesorarme. Nos íbamos al bar, y copa en mano, me recomendaba lo que él haría en mi situación. Recuerdo que me asesoró en la mujer de mi vida (no falló), en lo que tenía que hacer cuando me echaron del trabajo e incluso en la forma de votar. Aunque ahí nunca me convenció. Él vivía más en la época de la lucha en la calle.
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