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Mi Mustang del 86

¿Qué haríais vosotros si recibierais en herencia un Mustang del 86 que se encuentra en Alemania y que ni siquiera arranca? Imagino que muchos preferiríais dejarlo allí ¿verdad? Pero yo no, yo adoro los coches, y las historias que nos cuentan, así que me lo traje con la ayuda de esta empresa de transporte de vehículos internacional. Barato no me salió, pero es que yo tenía un plan para esa preciosidad de carrocería: la restauración.

Era un niño cuando mi madre me llevó a conocer a mi tío Enrique, su hermano, a su lugar de residencia, un pequeño pueblo del sur de Alemania llamado Lörrach. No tengo muchos recuerdos de aquel lugar, salvo las fotografías del viaje, pero sí recuerdo cómo se emocionó mi madre al ver a su hermano tras haber estado ausente 15 años. Recuerdo también a su mujer, mi tía política, una mujer alta, altísima, que a mis ojos parecía una gigante porque comparada con mi madre era una especie de torreón de sillares fuertes y macizos. También tengo algunas imágenes guardadas en mi retinta donde aún puedo ver aquellos prados que rodeaban la casa donde vivían, y la cochera, con el famoso Mustang.

Mi tío me enseñó aquel coche nada más llegar a Lörrach porque mi madre le había comentado cientos de veces por teléfono y carta que yo adoraba los coches. Cuando lo vi pensé que estaba ante el automóvil más bonito de mundo. Pensadlo bien, yo tenía por aquel entonces 6 años y estaba delante del coche más molón del mundo el mismo año en el que lo habían sacado al mercado. Era una pasada.

Por aquel entonces mis tíos aún no tenían hijos y el hombre me dijo que, el día en el que él ya no estuviera, ese coche sería para mí. No volví a verlo en persona nunca, pues ellos nunca regresaron a España y nosotros no volvimos a viajar para visitarlos.

Y ahora está aquí

Tuvieron dos hijas, mis primas, a las que no conozco de nada, pero quisieron respetar el deseo de su padre y conforme falleció me llamaron para preguntarme si seguía queriendo el viejo Mustang que mi tío había guardado todos estos años en aquella cochera para mí, para su sobrino, el de España.

No pude negarme, les dije que sí, y pague el transporte por carretera, y les prometí a mis primas que iría a visitarlas alguna vez. Espero poder cumplirlo.

Lo primero que he hecho, nada más tener el coche en el garaje, es pensar en el motor porque ¿qué es un coche sin un motor que ruja cuando aceleras? Desde el principio supe que lo mejor era cambiar el motor completo, en bloque, y me puse en contacto con esta empresa de motores reconstruidos que, curiosamente, tienen proveedores de Inglaterra, Holanda, Francia y Alemania, así que igual el Mustang acababa llevando de nuevo un motor germano, quién sabe.

Les costó un poco localizar un motor con las características que necesitábamos, pero lo importante es que lo consiguieron. La carrocería ya era cosa mía así que me puse manos a la obra.

Muchas horas, demasiadas, y mucho dinero invertido. No os voy a decir cuánto porque probablemente me diríais que me habría salido más barato comprarme un coche nuevo, y tendríais razón. Pero el resultado es espectacular, y ahora mismo el valor sentimental que tiene vale el triple que lo que he invertido económicamente en él. Una auténtica maravilla.

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